Puse el cuerpo para la vida. Tengo Síndrome de Hipersensibilidad Central
- aymamucha
- 2 mar
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 8 may
La historia es de Alicia Gribaudo @alicgribaudo
La maternidad nunca fue mi objetivo: la elegí con la certeza construida de que, si pasaba, estaba bien. Abordé mi salud metal para aprender a convivir con mis traumas y entendí que los lazos que tenía no eran los que quería y necesitaba crear vínculos propios.
Puse el cuerpo para la vida: uno que sufre por Síndrome de Hipersensibilidad Central (SHC) caracterizado por dolor musculoesquelético agobiante; uno, bajo tratamiento no compatible con un embarazo por lo que suspendí la medicación.
Sentí la abstinencia y el retorno exacerbado de los síntomas. Mi psiquis habitó dos cuerpos que se solapaban en uno: el de la gestación y el los dolores neurológicos. Regresó el insomnio y llegué al límite de mi resistencia. No podía moverme y tuve que aceptar esa idea: de un día para el otro había cosas que no podía hacer. Mientras mi cuerpo sufría al extremo, mi mente y mi alma estaban en calma. Experimenté la mayor tranquilidad y quietud que jamás sentí en mi vida porque sabía que eso, más allá de todo, era lo que quería transmitirle a mi bebé: paz y tranquilidad.
Previamente a la cesárea experimenté tanto dolor que pasé las noches sola, durmiendo muy poco, tratando de resistir. Mi dolor no era lo importante. Lo importante era que mi niña no lo sintiera. La cirugía, mi primera operación, lejos de ser el horror que muchos me vaticinaron, fue un alivio. Me trajo analgésicos y a mi niña, hecho que vale todo sufrimiento. Hoy, soy una mamá “grande” de edad, que sufre SHC. Sigo sin tomar analgésicos y transito con mis dolores en silencio. Porque el dolor no se ve, por tanto, a los ojos de los otros no existe.
Y acá estamos: aprendiendo a ser mamá y a ser hija. Transitando cada una su dolor y empatizando con mi niña a más no poder: cuando le duele la pancita la abrazo muy fuerte hasta que pase porque nuestros dolores son diferentes pero no puedo desconocer los suyos que, por suerte, pronto olvidará.
Y así, vivimos nuestros malestares en soledad y silencio, pero acompañándonos en el proceso. Y entendiendo que más allá del sufrimiento ¡sí se puede! que nosotras podemos y que, cada día cuando nos reencontramos en la mirada de la mañana, nos alentamos a seguir y renacemos, desde la oscuridad y el letargo de la noche, agradecidas por la vida.
Y son esas miradas las que borran cualquier vestigio de dolor. Porque están repletas de ternura. Y así vamos transformando el dolor en color y el sufrimiento en amor.
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